En el seno de la cultura europea se hace explícito, sin ninguna duda, que la Viena de comienzos del siglo XX representó uno de los momentos álgidos en el desarrollo del arte y el pensamiento contemporáneo. Cuando se tiene constancia de la presencia en la capital austríaca de músicos como Gustav Mahler o Arnold Schönberg, de escritores-periodistas como Karl Krauss, de psicólogos como Sigmund Freud, de arquitectos como Adolf Loos, de pensadores como Ludwig Wittgenstein o de artistas plásticos como Gustav Klimt, Oskar Kokoschka o Egon Schiele, resulta imposible no asumir la profunda efervescencia cultural de aquel contexto en torno a 1900.
La exposición “Klimt, Kokoschka, Schiele: un sueño vienés” de 1995, a través de 32 óleos y una témpera se apreciaban vínculos formales y temáticos entre Gustav Klimt (Viena, 1862 – Viena, 1918) y Egon Schiele (Tulln, 1890 - Viena, 1918) o, entre éste último y Oskar Kokoschka (Pöchlarn, 1886 – Montreux, 1980). En todos los trabajos expuestos se percibía aquel aroma de decadencia y nihilismo tantas veces vinculado a la cultura vienesa de la época: la clara sensación de estar afrontando los cuerpos y los lenguajes de las “postrimerías”.