Dos poemas para Giorgio Morandi
Morandi
Una lámpara. Un vaso. Una botella.
Sin más utilidad ni pertenencia
que estar ahí, que dar a la consciencia
un soporte casual. Mas no la huella
del hombre que la enciende o que los usa
para beber: todo ha sido blanqueado
o cubierto de cal y nada acusa
abandono, descuido ni cuidado.
Sólo la luz es familiar y escueta,
el relieve eficaz; la sombra neta
se alarga en el mantel. El día quedo
sigue el paso del tiempo con su vaga
irrealidad. La tarde ya se apaga.
Los objetos se abrazan: tienen miedo.
Severo Sarduy, en "Un testigo fugaz y disfrazado", Hiperión, Madrid, 1993.
Naturaleza muerta, con la tela a la izquierda, 1927
Estampa. Calcografía. Aguafuerte.
Natura Morta
Nadie nos dijo que la vida era esto.
Pero al verlas, las copas, las botellas,
esa alba franqueza de las estrellas
que se hunde en la silueta y en el gesto,
nos dejaban el orden y el misterio
de las cosas amables, conocidas,
más deseables cuanto más sabidas,
en su brillo invernal de trazo serio.
Como una aparición, el blanco viste
un mundo hecho de jarros y de flores
bajo un amanecer de luz herida,
un tanto mineral y un tanto triste
en su lírica ausencia de colores.
Nadie nos dijo que esto era la vida.
Raúl Eguizábal, en "Salón de aparecidos", Galería Estampa, Madrid, 1996
Naturaleza muerta con tacita y garrafa, 1929
Estampa. Calcografía. Aguafuerte.