Las brujas, en un principio seres imaginarios asociados a figuras de la mitología pagana y a los espíritus de los muertos, terminaron por encarnarse en la Europa moderna en mujeres de carne y hueso a las que se acusó de los crímenes más abyectos, dando lugar a una persecución que acabó con la vida de muchas de ellas.
Era creencia común que, con la ayuda de ciertos ungüentos mágicos, podían volar a través de la oscuridad para reunirse con el demonio y provocar todo tipo de catástrofes, como la esterilidad de los campos, la infertilidad de las mujeres o la muerte de criaturas de corta edad.
La llamada "caza de brujas" se produjo principalmente en los siglos XVI y XVII. A partir de la Ilustración, las clases cultas empezaron a mostrarse escépticas, pero una buena parte de la población continuó creyendo en supercherías, a caballo entre la magia y la religión, tal y como reflejaría el genial pintor Francisco de Goya con su característico espíritu crítico.
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